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No sé cuántos días llevamos ya rondando a Campo de Criptana de la mano del caminante, nuestro protagonista más importante de este blog y, bueno es decirlo, también único protagonista, lo que no sino un oxímoron de difícil explicación. A lo mejor ya estamos a punto de cumplir los ochenta días… de vuelta a Campo de Criptana u, por qué no, una vuelta al día en ochenta criptanas, pues no es sólo uno el que ha aparecido en estos artículos sino muchas caras de la misma moneda, muchas realidades en una, evocaciones y recuerdos, visiones y sensaciones.

La casa de La Cañamona: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)

Y, después de todo, está de nuevo el caminante en el lugar del que partió, como si nada hubiese ocurrido, como si el tiempo no hubiese pasado. Esto es, en cierto modo, un regreso al pasado. Mira el caminante La Cañamona, sus ruinas, sus huellas, e imagina lo que fue y lo que ya no es. Curiosamente es este topónimo, «La Cañamona», nombre de lugar no atestiguado en los mapas modernos, y tampoco en los antiguos. Hoy tiende a nombrarse con tal topónimo al paraje, a las tierras que rodean a aquellas ruinas situadas junto a la carretera N-420, al norte de ella. Es La Cañamona lugar de referencia, como coordenada geográfica, como frontera imaginaria entre dos pueblos. Curiosamente, encontrará el lector el topónimo, La Cañamona, un poco más allá, más oeste, del lugar en el que se encuentra la casa, más cerca de Alcázar de San Juan y más lejos de Campo de Criptana. Estamos, de nuevo, ante la indefinición de los topónimos o cuando puede más la vox populi, a saber, la tradición oral, la consuetudo más vieja, que la topografía. Y así, aparece el topónimo tal al sur de la N-420, más o menos en el lugar en que marca el mapa un «Desguace». No nos engañemos; las carreteras cortan el paisaje, pero no los parajes, y también habrá que aplicar el nombre de «La Cañamona» a las tierras situadas al norte de la carretera, pero el mapa en esto (como en otras cosas) confunde un poco.

En el paraje de La Cañamona: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)

Va ahora el caminante al mapa de 1886, el del Instituto Geográfico Nacional que, para cuestiones geográficas y topográficas, como es de suponer, sienta cátedra y va a misa. Por supuesto, el panorama es muy diferente en estas cartografías del pasado. El hecho de que aún la N-420 no existiese aún, impone miras a más distancia y confirma la continuidad del paisaje. Pero este lugar no tiene nombre, está, por así decirlo, huérfano de topónimo. Esto para un paraje es cosa seria y preocupante, porque lo que no se puede nombrar es como si no existiese. Para que luego haya quienes ponen en duda el valor de la palabra. Encuentra el caminante allí, en el cruce del Camino del Pozo del Albardial con el Camino de la Era de Monego, un pequeño punto rojo. Es el mismo que aparecerá, discretamente, como borrado, en los mapas modernos. Hoy allí apenas queda nada. Pero un poco más allá, siguiendo Camino del Pozo del Albardial hacia el oeste, están las ruinas de la Cañamona, que, por lo contrario, no aparecen en el mapa antiguo pero sí en los modernos.

No conviene que entremos en toponimia histórica. Digo que estará relacionado el nombre de La Cañamona con «cañamón», pero yo no sé si abundan los cañamones o no por esos parajes. Reconoce el que escribe que en cuestiones de flora y fauna anda un poco corto, y que uno ve un pájaro grande por el campo y no sabe si es águila, halcón, o qué, y que ve un sembrado desde la carretera y no sabe si es trigo, candeal, centeno, cebada o qué más puede ser un sembrado. Así es que, en definitiva, no se atreve el que escribe a poner en relación La Cañamona con el sustantivo «cañamón», lo que, aunque verosímil, no tendría por qué ser cierto y mucho menos exacta explicación para tan difícil enredo.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO

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