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Contábamos ayer que había venido el director general de agricultura, Emilio Vellando, a Campo de Criptana. Vino, decíamos ayer, invitado por los vitivinicultores, pero podemos suponer que vivo para calmar los ánimos que andaban bastante encendidos entre los bodegueros manchegos. Esto fue a finales de enero de 1926. Recordemos, sin embargo, que unos días antes, a comienzos de ese mismo mes, hubo una manifestación de vitivinicultores en Madrid para llevar al ministerio ciertas exigencias.

Cómo fue aquello nos lo cuenta el periódico El Liberal, del 5 de enero, en un artículo titulado “La crisis industrial. Han llegado a Madrid más de mil vitivinicultores manchegos para entregar al gobierno diversas peticiones. Los créditos a los vitivinicultores”. Nos contaba este artículo quiénes eran aquellos vitivinicultores, a saber, representantes de los principales pueblos de La Mancha, entre ellos Campo de Criptana, que eran portadores de las conclusiones que habían sido aprobadas por la Confederación Nacional de Vitivinicultores en una asamblea celebrada en Socuéllamos, que se entrevistaron con el ministro, que la manifestación fue muy correcta y pacífica, y que las autoridades parecieron haber sido receptivos a sus peticiones. Aquí nos quedábamos ayer.

Especifica después el periódico en qué consistieron aquellas exigencias, en número de ocho. Helas aquí:

Primera. Limitación de los impuestos municipales que gravan el vino a los términos preceptuados por los artículos 447 y 448 del Estatuto municipal.

Segunda. Represión de toda clase de adulteraciones de los vinos y sus derivados, mediante una ley adecuada.

Tercera. No autorizar en la fabricación de bebidas el empleo de otros alcoholes que los procedentes de la vid, prohibiendo la fabricación de alcoholes industriales con productos exóticos y destinando los de productos nacionales a usos industriales y carburantes.

Cuarta. Supresión del impuesto sobre los alcoholes vínicos, a base de libre destilación y comercio de estos alcoholes, estableciendo, para compensar ese ingreso, en parte, una cuota industrial sobre las fábricas.

Quinta. Reducción de las tarifas de transporte para el vino y uvas, ya que actualmente representa la mitad del valor de la mercancía, el traslado de la misma desde la Mancha a puerto de destino, estableciéndose además las tarifas llamadas de temporada o recolección.

Sexta. Dar a los intereses vitivinícolas la debida preponderancia al concertar tratados de comercio.

Séptima. Que se sometan los vinos al mismo régimen de expendición que la cerveza, en relación con el descanso dominical.

Octava. Conceder créditos a los vitivinicultores, con la garantía del vino o de la vid, en las mismas condiciones que a los trigueros, y facilitar crédito a largo plazo al comercio de vinos para que pueda desenvolverse.

Éstas fueron las exigencias. Si fueron atendidas o no, es otro asunto que será tema de artículo para otro día… no mañana, ni pasado mañana… no sabemos cuándo. Pero lo será.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO