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Dejábamos ayer la Calle de Alcázar en los años ochenta del siglo XIX. Damos un pequeño salto hoy, y nos vamos a los comienzos del XX. Pocos años bastaron para que aquel pequeño Campo de Criptana de finales del XIX, de forma de piel extendida, comenzase su expansión. Adquiriría ésta una velocidad de vértigo en los años veinte y treinta, que es cuando Criptana sufre uno de sus mayores crecimientos (exceptuado el de los últimos treinta años) y cuando poco a poco comenzó su proceso imparable de urbanización. Poco quedaría ya para que viejas imágenes de la Plaza del Pozohondo convertida en era pasasen a la historia. En los nuevos tiempos no había ya sitio para aquello.
En la calle de Alcázar se aprecia como en pocas cómo esa expansión se operó en Campo de Criptana en aquellos años. Dijimos ayer que llegaba su trazado en 1885 hasta el cruce con la entonces llamada Calle Moreno, hoy extremo occidental de la calle Veracruz. Algo ha cambiado en 1911, según nos muestra el plano de Campo de Criptana de aquel año. La Calle de Alcázar llega ya al cruce con la Calle Castelar de entonces, actual Calle Luna, pero ya está preparado su trazado hacia el infinito de las llanuras y de las colinas, hacia el laberinto de eras, «Eras de la Calle Alcázar», como se han llamado hasta no hace mucho. Todo estaba preparado para el futuro y aquel trazado de la Calle de Alcázar no sería sino una premonición de su magnitud actual. Así, la calle que tomó su nombre de Alcázar estuvo, cada día más cerca del destino (el que le dio el nombre) al que iban sus caminos, caminos de carros y carretas, de viajeros y paseantes, caminos de segadores, trasiegos de trillas y mulas, polvo y tierra.
Fue la Calle de Alcázar de las pocas en Campo de Criptana que conservó su nombre tras la redefinición del nomenclátor en 1890. Veamos, ya que estamos aquí, quiénes eran algunos de sus vecinos en ese año, según encontramos en el listado de contribuyentes electores que se publicó en el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 8 de enero de 1890. Incluimos, como es costumbre, la contribución que pagaban:
núm. 2: Jerónimo Jiménez y Galindo. 62.53 ptas.
núm. 3: Isidro Vela y Pérez Bustos. 40,35 ptas.
núm. 11: Antonio Llabras Berenguillo. 45,80 ptas.
núm. 21: Juan José Fernández Manzaneque. 47,80 ptas.
Recuérdese que ayer decíamos que en 1877 eran tres los contribuyentes electores en esta calle (véase: El «monopoli» criptanense, Campo de Criptana, 1900; XXIX: La Calle de Alcázar, I). A los tres los volvemos a encontrar 23 años después, en 1900, con la misma residencia, incluidos el primero, alias «Chiquin», y el segundo, cuyo apellido aparecía como «Llabres» en 1877. En este año 1900 encontramos uno más: Juan José Fernández Manzaneque.
No sé todavía a estas alturas si habrá mañana tercera entrega dedicada a la Calle de Alcázar. Dejémoslo en manos del destino. Que él decida.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Qué satisfacción me produce pasearme por mi barrio. Mi casa estaba en la calle Soledad, muy cerca ya del ángulo casi recto en que esta calle se dobla (creo que así continúa) y desemboca precisamente en la calle Alcázar (del Alcazar he visto horrorizado en algún plano analfabeto). Y en la calle del Sol estaba la casa de una sirvienta de mi tía, una de esas sirvientas de antaño, como de la familia, donde fui con ella muchas veces. Hace algún tiempo pasé por allí: ya no reconozco nada. Tempus fugit, que decía Virgilio.
En efecto, la calle Soledad sigue haciendo el recodo en el tramo que hasta 1890 se llamó Calle Pastrana. El tiempo huye, en efecto, pero quedan la memoria y los recuerdos. La calle de la infancia nunca se olvida.
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