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Ciento cuatro años después del suceso, pocos de quienes hoy recorren el Paseo de la Estación criptanense son conscientes de que, en un punto del camino, tuvo lugar una sangrienta tragedia: la agresión de Ángel Romero a Julio García Casarrubios y a sus hijas, Isabel y Teresa. Julio salió herido del hecho, pero Isabel fue asesinada. No sabemos con exactitud cuál fuese el lugar de los hechos, porque ninguna de las fuentes escritas que nos documentan los acontecimientos nos lo dice. Sólo parece cierto que tuvo lugar en despoblado, y esto sitúa los hechos necesariamente al sur del actual parque municipal, que entonces aún no existía todavía. Faltaban todavía, al menos, treinta años para su construcción. Hoy es un gran parque… y esperemos que lo siga siendo.
Hasta allí, según encontramos en el plano de Campo de Criptana de Domingo Miras de 1911, el actual Paseo de la Estación era la «Calle de la Estación»; a partir de allí, hacia el sur, rumbo a la estación, ya era «Carretera de la Estación».
Es curioso cómo la toponimia hace esta sutil distinción entre lo urbano y lo rural, entre lo habitado y lo no habitado, entre lo civilizado y lo agreste, entre lo sometido al orden del ser humano y la naturaleza indomable. El hecho, pues, de que se situase el hecho en el «Camino de la estación» nos lleva a un lugar indeterminado al sur del actual parque municipal, pero, incluso así, el trecho es largo, muy largo, para apuntar a un lugar determinado. Quedará sin respuesta, pues, esta cuestión, porque más datos no hay, y ni las informaciones de la prensa en aquel tiempo ni el juicio nos la dan. Recordemos, llegados a este punto, que informó del suceso el periódico La Correspondencia de España (año LXI, núm. 19.069, del jueves 28 de abril de 1910), mientras que el relato de todo lo acontecido en el juicio se encuentra en El Pueblo Manchego, del 9 de noviembre de 1912.
A estas alturas, y en el sexto artículo de esta serie, mucho, mucho, mucho vamos sabiendo sobre la verdad de los hechos… y lo que queda. Como hemos visto en artículos anteriores, ya ha intervenido la fiscalía y ha tenido lugar el interrogatorio al procesado, primero por la acusación y a continuación por la defensa (véanse: Campo de Criptana, 1910: El espantoso crimen del camino de la estación… y el juicio, IV; Campo de Criptana, 1910: El espantoso crimen del camino de la estación… y el juicio, V). Le llegaba luego el turno a la prueba testifical, es decir, al testimonio de los testigos de la acusación. Y de ello nos ocuparemos hoy, limitándonos al primer testigo, que en este caso era Polonio Vela Pérez. Veamos ahora cuál fue su testimonio a partir de lo que nos dice en el periódico El Pueblo Manchego:
Polonio Vela Pérez.- A preguntas del fiscal dice que se hallaba en las inmediaciones de la estación y oyó voces de auxilio y vió a Teresa que le pedía auxilio y vió muerta á Isabel. El testigo era el sereno del distrito.
A preguntas del acusador dice que el camino de la estación tiene kilómetro y medio y que las luces están de ochenta á ochenta metros, que la muerta estaba en un sitio oscuro, que el fué a buscar un cuchillo y que vio las cebadas echadas, como si hubiesen hecho una cama.
A preguntas de la defensa contesta que no puede precisar quien pudo estar tendido en la cebada, que no vió el hecho de autos, que cuando llegó ya estaba Isabel muerta y no sabe el origen de nada.
A preguntas del acusador contesta que las detonaciones fueron seguidas.
Contesta al defensor que repite que no puede precisar los hechos.
Es interesante la descripción que nos hace Polonio Vela del camino de la estación en 1910: un kilómetro y medio de longitud, iluminación, suponemos que en forma de farolas, cada ochenta metros y, lo más interesante, campos sembrados junto al camino. Precisamente, según él, habría tenido lugar el hecho junto a uno de estos campos, en este caso de cebada, que habría quedado tumbada por el peso, quizá el de la víctima.

Cuando va acercándose la noche… (Calle Convento al atardecer): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2013). Colección particular
Merece también un comentario el oficio de Polonio. Ya hemos hablado mucho sobre la existencia de los serenos en el pasado de la localidad, pero es necesario aclarar que su función estaba entre la de auténtico sereno y la de policía municipal en la actualidad. Estuvieron presentes en la noche criptanense en el siglo XIX y hasta muy entrado el siglo XX. Tenemos también los nombres de muchos de ellos y muchas historias en las que ellos aparecían involucrados. En 1888, fue un sereno quien acudió a las voces de socorro del hijo de los Marqueses de Tous (véase: Campo de Criptana, 1888: Una locura de juventud de mucho postín). En 1912, había varios serenos (véase: Hace cien años: El motín del día de la Virgen de Criptana, 1912); uno de ellos era Manuel Olivares Quintanar (véase: Hace cien años: El motín del día de la Virgen de Criptana, 1912, II).
En 1924 se convocaron varias plazas en el Ayuntamiento criptanense. Una de ellas era de cabo de los serenos, con un sueldo anual de 1.095 pesetas. También Arenales de San Gregorio (entonces «de la Moscarda») tenía su sereno, con un sueldo de 730 pesetas (véase: Convocatorias varias, Campo de Criptana, 1924). En 1930 había dos serenos en Campo de Criptana; su avanzada edad, sin embargo, aconsejaba su jubilación. Sin embargo, ante la dejación del Ayuntamiento, la cuestión llegó a la prensa, y desde el periódico de Alcázar de San Juan llamado El Despertar se pidió más atención para aquellos «dos cristos» (véase: Serenos de Campo de Criptana, o cuando la jubilación nunca llegaba, 1930). Poco después de la finalización de la Guerra Civil, en 1939, la reorganización del Ayuntamiento criptanense contemplaba la provisión de plazas vacantes de sereno, en número de siete, además del cabo que estaba a su mando (véase: Campo de Criptana, 29. XII. 1939: Los funcionarios del Ayuntamiento).
Aquí lo dejamos por hoy. Continuaremos mañana recogiendo los testimonios de los testigos.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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