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¿Qué mejor manera de celebrar el tercer centenario del Quijote que viajando por su ruta, que recorriendo aquellos mismos polvorientos caminos por los que pasó Don Quijote? Así lo debió pensar José Augusto Trinidad Martínez Ruiz (1873-1967), «Azorín», para los amigos. Y eso hizo: rememoró las hazañas y andanzas del Caballero de la Triste Figura recorriendo los caminos de La Mancha y buscando en cada pueblo y en cada rincón lo que quedaba aún, y era mucho entonces, del pasado cervantino y del sueño imposible y dadá de Alonso Quijano.

Azorín fue recogiendo sus impresiones de La Mancha en entregas que publicó en aquel año de 1905 en el diario liberal El Imparcial. Campo de Criptana es citado en varias ocasiones, y a ellas me referiré en el futuro, pero hoy quiero hablar de una breve amistad, que surgió en este pueblo entre Azorín y un músico local. Fue durante la breve estancia de Azorín en Campo de Criptana, cuando se alojó en la posada que había en la actual calle Castillo. No queda nada de esta posada, excepto una placa que conmemora el paso de este escritor por allí. Y es triste que sólo quede eso.

El recuerdo del paso de Azorín por el pueblo más cervantino y más quijotesco de La Mancha quedó plasmado en el artículo «Los Sanchos de Criptana», publicado dentro de la serie La Ruta del Quijote, en el Imparcial, año XXXIX, núm. 13.644, del miércoles 22 de marzo de 1905. Pero ¿quiénes son los Sanchos de Criptana? Azorín nos lo dice: D. Victoriano, D. Bernardo, D. Antonio, D. Jerónimo, D. Francisco, D. León, D. Luis, D. Domingo, D. Santiago, D. Felipe, D. Ángel, D. Enrique, D. Miguel, D. Gregorio y D. José.

Fueron todos en grupo a buscarle a la posada, de madrugada, y esperaba en la calle una «larga ringlera de tartanas, galeras, carros, asnos cargados con hacecillos de hornijo, con sartenes y cuernos enormes llenos de aceite». Todo estaba preparado para la excursión al santuario del Cristo de Villajos. Y en el transcurso del polvoriento trayecto en galera hasta el santuario, una conversación, algo surrealista, entre Azorín y uno de estos Sanchos, D. Bernardo, surge entre ambos compañeros de viaje. Y Azorín la cuenta así:

– ¿Qué le parece á usted, Sr. Azorín, de todo esto? – me dice D. Bernardo.

– Me parece perfectamente, D. Bernardo, – le digo yo.

Ya conocéis a D. Bernardo; tiene una barba gris, blanca, amarillenta; lleva unas gafas grandes, y de la cadena de su reloj pende un diminuto diapasón de acero. Este diapasón quiere decir que D. Bernardo es músico; añadiré – aunque lo sepáis – que D. Bernardo es también farmacéutico. A la hora de caminar en esta galera, por un camino hondo, ya don Bernardo me ha hecho una interesante revelación.

– Sr. Azorín, – me dice, – yo he compuesto un himno á Cervantes para que sea cantado en el Centenario.

– Perfectamente, D. Bernardo, – contesto yo.

– ¿Quiere usted oirlo, Sr. Azorín? – torna él a decirme.

– Con mucho gusto, D. Bernardo, – vuelvo yo á contestarle.

Y D. Bernardo tose un poco, vuelve á toser y comienza a cantar en voz baja, mientras el coche da unos zarandeos terribles:

Gloria, gloria, cantad á Cervantes,

creador del «Quijote» inmortal…

Continúa el viaje en galera. Al rato vuelve a retomar la conversación  D. Bernardo.

.. D. Bernardo inclina la cabeza hacia mí y susurra en voz queda:

– Este himno lo he compuesto para que se cante en el Centenario del Quijote. ¿Ha reparado usted en la letra? Sr. Azorín, ¿no podía usted decir de él dos palabras?

– ¡ Hombre, D. Bernardo! – exclamo yo.- No necesita usted hacerme esa recomendación; para mí es un deber de patriotismo el hablar de ese himno.

– Muy bien, muy bien, Sr. Azorín – contesta D. Bernardo satisfecho.

Continúa el viaje y al llegar al santuario del Cristo de Villajos…..

Ya D. Bernardo – este hombre terrible y amable – nos lleva a todos á la ermita, abre el armonium, arranca de él sus arpegios plañideros y comienza á gritar:

Gloria, gloria, cantad á Cervantes,

creador del «Quijote» inmortal…

Y ya, después de la comida, vuelve D. Bernardo a hablar de su himno:

– Sr. Azorín – me dice D. Bernardo, – ¿cree usted que este himno puede tener algún éxito?

– ¡Qué duda cabe, D. Bernardo! – exclamo yo con una convicción honda.- Este himno ha de tener un éxito seguro.

– ¿Usted lo ha oído bien? – torna a preguntarme D. Bernardo.

– Sí, señor – digo yo; – lo he oído perfectamente.

– No, no- dice él con aire de incredulidad – No, no, Sr. Azorín; usted no lo ha oído bien. Ahora cuando acabemos de comer lo tocaremos otra vez.

D. Miguel, D. Enrique, D. León, D. Gregorio y D. José, que están cercanos á nosotros, y que han oído estas palabras de D. Bernardo, sonríen ligeramente. Yo tengo verdadera satisfacción en escuchar otra vez el himno de este excelente amigo.

Cuando acabamos de comer, de nuevo entramos en la ermita. D. Bernardo se sienta ante el armonium y arranca de él sus arpegios, después vocea:

Gloria, gloria, cantad á Cervantes,

creador del «Quijote» inmortal…

Por supuesto, este D. Bernardo no es, ni más ni menos, que el criptanense Bernardo Gómez, habitual de este blog, farmacéutico de afición y músico de profesión, alma mater y director de la banda de Campo de Criptana, por aquel entonces, y por muchos años. No podemos menos que imaginarnos a D. Bernardo ante el armonium cuando deleitaba a los excursionistas en la ermita con su himno a Cervantes. Esperemos que, en algún lugar, se conserve la partitura de aquel himno que este criptanense compuso en honor al más universal escritor, Cervantes; y que, si existe, alguien lo interprete al armonium.

No sabemos si Azorín, aparte de lo que nos dice en este artículo del Imparcial, hizo alguna publicidad del himno que D. Bernardo tan ufano estaba de haber compuesto. Posiblemente ésta sea la única referencia a él que existe; pero nos basta con esto. D. Bernardo tuvo con Azorín su pequeña parte de gloria y de eternidad.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REILLO

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